En las tranquilas horas de la noche, cuando el hospital estaba adormecido en una calma engañosa, algo estremecedor rompió la paz. Un lobo salvaje irrumpió por la puerta principal, causando un revuelo inmediato. Los pasillos, antaño tranquilos, llenos de conversaciones silenciosas y el pitido constante de los equipos médicos, de repente bullían de miedo y confusión. Tanto el personal como los pacientes no daban crédito a lo que veían cuando la entrada del lobo convirtió el ambiente familiar y reconfortante en una escena de caos;
En medio del caos se encontraba Katie, una joven enfermera conocida por su compostura en situaciones difíciles. Pero incluso ella se sorprendió al ver un lobo vivo en los pasillos del hospital. Mientras sus colegas se dispersaban en todas direcciones en busca de refugio, Katie se quedó clavada en el sitio. Se le aceleró el corazón y le temblaban las manos.¿Qué demonios estaba pasando?
Sin embargo, en medio del caos, Katie vio algo que llamaba la atención. El lobo llevaba algo en la boca, algo pequeño que no era típico de los lobos. Parecía un animal diminuto. Esta visión inusual despertó la curiosidad de Katie, haciendo a un lado su miedo. Sintió un fuerte impulso de actuar, dándose cuenta de que había algo más en la situación que un simple lobo invadiendo el hospital. La imagen del lobo, normalmente una figura de miedo, cargando suavemente a esta pequeña criatura, despertó en Katie una profunda necesidad de averiguar por qué y de ayudar.
En cuanto vieron al lobo, la seguridad del hospital se puso en marcha y ordenó la evacuación. «Todo el mundo, por favor, diríjanse a la salida más cercana con calma», gritaron, con voz firme pero tranquilizadora, cortando el aire. Se movieron rápidamente, guiando a la desconcertada multitud, dejando claro que no dejaban nada al azar con un lobo salvaje suelto dentro del edificio. «Permanezcan juntos y síganme», les ordenaron, asegurándose de que nadie se quedara atrás en la lucha por ponerse a salvo.
El subidón de adrenalina del momento anterior no era nada comparado con lo que Katie sintió a continuación; su corazón martilleaba en su pecho con una intensidad que ahogaba todo lo demás. Era su oportunidad de cambiar las cosas, de alterar el curso de los acontecimientos que se desarrollaban ante sus ojos. La visión del lobo estaba grabada en su mente, una imagen vívida que no podía ignorar. Se vio obligada a actuar, impulsada por una mezcla de preocupación y curiosidad.
Con una determinación que la sorprendió incluso a sí misma, Katie tomó una decisión. Llevaría al lobo a una habitación cercana, con la esperanza de contener la situación y ganar algo de tiempo para pensar. El plan, elaborado de improviso, funcionó mejor de lo que se atrevía a esperar. El sonido de la puerta al cerrarse tras ellos fue agudo, un chasquido definitivo que parecía sellar sus destinos en aquel espacio confinado. El aire se volvió denso, cargado de una expectación que pesaba sobre sus hombros. «¿Y ahora qué?
Durante un breve instante, se hizo el silencio, una engañosa calma antes de la tormenta. Entonces, la atmósfera cambió de forma palpable. Los ojos del lobo, antes llenos de una especie de comprensión cautelosa, brillaban ahora con una luz feroz e indómita. Su cuerpo se puso rígido y sus músculos se tensaron como resortes a punto de estallar.