Oliver se despertó de un tirón, con el corazón latiéndole con fuerza. No podía quitarse las imágenes de la cabeza. Tampoco podía escapar de las amenazas del agente, que se cernían sobre él como los fuegos invasores que había predicho.
Por la mañana, un poco de luz volvió a los ojos de Oliver. La larga noche había renovado su espíritu y su determinación. Seguiría luchando, costase lo que costase. Permanecer en silencio no era una opción, no cuando millones de vidas inocentes pendían de un hilo.