Se hundió de nuevo en las almohadas, y las sábanas almidonadas del hospital le parecieron de repente grilletes. Su familia se reunió cerca de él, con los rostros preocupados y desdibujados por las lágrimas. «No te preocupes, lo solucionaremos», dijo Liam, aunque su voz temblaba de duda. Oliver deseaba creer que era tan sencillo. Pero ya casi podía sentir las llamas lamiéndole la piel. El tiempo no estaba de su parte.
Cuando por fin se sumió en un sueño intranquilo, volvieron las visiones. El olor acre del humo le picaba en la nariz. Llovía ceniza desde cielos rojos como la sangre. Ciudades enteras yacían en ruinas humeantes. Y los gritos… los inquietantes ecos de millones de gritos le atravesaban el alma.