Así que esperó. Liam permaneció firme, como un centinela junto a la cama de Oliver. Los días se fundían en noches mientras él mantenía su inquebrantable vigilia, esperando contra toda esperanza oír hablar a Oliver una vez más. Parecía como si Oliver hubiera gastado hasta el último gramo de su energía en aquel críptico mensaje, dejándolo agotado y en silencio. Pero después de lo que pareció una eternidad, la voz de Oliver, débil pero perceptible, atravesó el silencio.
Oliver comenzó a relatar sus experiencias desde el coma aparentemente interminable. Sus palabras no evocaban mera oscuridad, sino un inquietante viaje a través de lugares familiares pero desconocidos. Era como si hubiera estado viajando a otras dimensiones y ahora, por fin, hubiera regresado.