Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, proyectando largas sombras sobre los campos, Rohan permaneció en silencio. Su vida no había sido fácil, pero había sido exclusivamente suya. Cada desafío le había dado forma, convirtiéndole en un hombre fuerte y resistente. Llevaba sus cicatrices no como marcas de un pasado problemático, sino como símbolos de supervivencia, cada una de las cuales contaba una historia de penurias, resistencia y, por encima de todo, una perdurable voluntad de vivir.
Pasaron los años y la vida de Rohan encontró un ritmo. Encontró el amor, la aceptación y el respeto, cosas que parecían inalcanzables a la sombra de su enfermedad. Su experiencia le había dado una perspectiva única de la vida, que le hizo apreciar los pequeños momentos, los placeres sencillos que la vida ofrecía. A pesar de las extraordinarias circunstancias de su existencia, Rohan descubrió que los momentos más profundos eran a menudo los más ordinarios.