Rohan descubrió que la fama era un arma de doble filo. Aunque le ofrecía reconocimiento y empatía, también dejaba al descubierto la superficialidad de las actitudes de la gente. Las mismas personas que antes se habían reído de él ahora se acercaban disculpándose. Sin embargo, en lugar de buscar venganza, Rohan optó por perdonar.
Utilizó su posición única no para castigar, sino para educar. Era un testimonio viviente de la antigua sabiduría de que las apariencias engañan, de que las complejidades de la vida a menudo son mucho más profundas de lo que uno puede ver.
Las disculpas fueron llegando una a una. Cada palabra de arrepentimiento era como un eco del pasado, un reconocimiento de sus malentendidos. Rohan, en su nueva sabiduría, los perdonó a todos. Su viaje le había enseñado las posibilidades insospechadas de la vida, los caminos inesperados que podía tomar. Ahora comprendía que su ignorancia no era culpa suya, como tampoco lo era su condición. Su gracia a la hora de enfrentarse a esta nueva fama es un testimonio de su resistencia y de su gran corazón.