A medida que los límites de su identidad se difuminaban y se doblaban bajo las implacables olas del autoexamen, Rohan descubrió que su sentido de sí mismo se había alterado profunda e irrevocablemente. Se encontraba en el precipicio de un viaje introspectivo que parecía prometer el autodescubrimiento o, tal vez, la autorreinvención. Este giro único en la historia de su vida supuso un reto, un desconcertante rompecabezas de su personalidad que se vio obligado a desentrañar.
Al volver a la familiaridad de su granja, Rohan descubrió que los contornos de su vida parecían extrañamente diferentes, sutilmente alterados. Era la vida que conocía, pero todo parecía distinto. Los campos que había cultivado durante años parecían ahora diferentes, el horizonte más amplio, con la extraña sensación de una historia no contada. Ahora era el hombre que había llevado a su gemelo en su interior.
Las burlas que soportó, las dificultades a las que se enfrentó, todo adquirió un nuevo significado. Su existencia había sido el recipiente de otro, un silencioso pasajero a lo largo del viaje de su vida. Se enfrentó al peso de esta presencia invisible, la sombra gemela que había sido una parte silenciosa de su vida.