La sala se sumió en un silencio ensordecedor cuando la verdad se hizo realidad. Lo que había en el vientre de Rohan no era un órgano extraño ni un tumor rebelde, como se sospechó en un principio. En lugar de eso, en el interior de Rohan había una forma humana completamente formada, una verdad tan surrealista que alteró la serena atmósfera de la sala y la sustituyó por la conmoción.
Esta forma inesperada, esta presencia desconcertante, presentaba características inequívocamente humanas. Tenía extremidades y torso, una forma que guardaba un extraño parecido con un feto. Una oleada de asombro recorrió la sala, dejando sin palabras incluso a los cirujanos más experimentados. ¿Cómo era posible? Se suponía que estaban tratando una complicación médica, no una vida humana incrustada dentro de otra.
A medida que la conmoción remitía, surgió una idea que parecía pesar en el aire frío y estéril. Aquella entidad, aquella forma diminuta, no era un simple crecimiento aleatorio; era el gemelo de Rohan. Latente, sin desarrollar, de algún modo se había abierto camino hasta el núcleo mismo de la existencia de Rohan, un fantasma de su génesis que le había perseguido durante toda su vida.