En lo que pareció una espera interminable, la puerta crujió al abrirse, dejando entrar una ráfaga fresca de aire gélido.
Rohan levantó la vista del borde de la fría cama metálica en la que estaba tumbado, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
Entraron dos médicos.Uno de ellos empezó a hablar. Era un hombre de mediana edad, no mucho mayor que Rohan. Una prístina bata blanca ondeaba suavemente a su alrededor mientras se movía, y un estetoscopio se balanceaba alrededor de su cuello.
«Dr. Ajay Kumar», se presentó, extendiendo una mano firme hacia Rohan. Su mirada seria se cruzó con la de Rohan. Rohan le devolvió el apretón de manos, débil y tembloroso. No pudo evitar ignorar los perspicaces ojos del médico sobre su prominente vientre, cuyo tamaño anormal era imposible de ignorar incluso bajo la holgada bata del hospital.
Cuando volvió a mirarlo, una sensación de hundimiento se apoderó de Rohan, un miedo desgarrador que reflejaba el del médico. Era como si una mano helada le hubiera apretado el corazón. Rohan había visto suficientes dramas televisivos como para saber lo que significaba aquella mirada: le pasaba algo muy grave…