Desesperada, recurrió a su última esperanza, pero horas después se arrepintió profundamente – ¡Descubra por qué!
A Marilyn le temblaban las manos mientras forcejeaba con las llaves en la puerta principal. «¡Maldita sea!», se gritó a sí misma, «¡Abre la maldita puerta!». El peso de su decisión pesaba sobre su mente. ¿Se preguntaba si había tomado la decisión correcta, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho? Pensó en la vagabunda a la que había dejado a cargo de su hijo. ¿En qué estaba pensando al dejar la vida de mi hijo en manos de una desconocida? ¿Y encima una indigente? ¿Quién sabe cuáles podrían ser sus intenciones?
Finalmente, la llave giró con un suave clic, rompiendo el pesado silencio de la noche. Empujó la puerta, conteniendo la respiración, ansiosa por lo que pudiera encontrarse. La tenue luz de las farolas apenas iluminaba la escena que tenía ante ella, pero era suficiente para que percibiera que algo había cambiado. Había cambiado drásticamente…
Cuando Marilyn abrió la puerta, sus ojos se abrieron de sorpresa. Un grito ahogado rompió el silencio y su corazón latió con ansiedad. Algo en su casa, que normalmente le resultaba familiar, no encajaba y la dejó inquieta. Se detuvo, tratando de comprender la escena alterada que tenía ante sí. En aquel momento, su único pensamiento era encontrar a su hijo, abrazarlo, sentir el consuelo de su presencia y decirle que lo quería. ¿Dónde estaba?
Marilyn pensó en lo que había pasado aquella mañana. Ni en mil años habría imaginado pedirle a un vagabundo que cuidara de su hijo, pero los acontecimientos de aquella mañana la habían obligado a hacerlo. Había ido de un lado a otro de su pequeño apartamento, con la ansiedad subiéndole por el pecho. Como madre soltera con dos trabajos de camarera, encontrar guardería siempre era un reto, pero ese día le parecía imposible. Marilyn estaba en una situación difícil. Su niñera habitual había cancelado inesperadamente y ella tenía que asistir a una entrevista de trabajo muy importante. Últimamente, Marilyn no tenía mucho dinero y vivía al día, así que no podía faltar a la entrevista. Tenía que encontrar una solución rápidamente.
«¿Qué voy a hacer?», murmuró, asomándose a la habitación de su hijo Jamie. Con cinco años, era demasiado pequeño para quedarse solo. Marilyn pensó en sus limitadas opciones: no tenía familia cerca y la mayoría de sus amigos trabajaban a esa hora del día. Mirando el reloj, Marilyn supo que tenía que tomar una decisión rápidamente.
Miró por la ventana, pensando a quién pedir ayuda. Sus padres vivían a cientos de kilómetros, en otra ciudad, por lo que era imposible pedírsela. Su hermana estaba aún más lejos. Marilyn se mordió las uñas, insegura de qué hacer a continuación.
Repasó mentalmente todas las opciones posibles: familiares, amigos e incluso vagos conocidos. Nadie parecía adecuado. Mientras miraba por la ventana y observaba las casas de los alrededores, se le ocurrió una idea. ¿Quizá sus vecinos podrían ayudarla?