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Mientras Samantha paseaba por la playa iluminada por el sol, con las suaves olas jugueteando a sus pies, sus ojos captaron un destello repentino en la arena. ¿Qué era eso?Siempre le habían gustado los tesoros de la playa, a menudo caminaba por la orilla para recoger objetos como conchas y guijarros. Una vez en casa, los pulía y los transformaba en hermosas joyas o artesanías. Ahora, al ver un destello en la arena, no pudo evitar preguntarse por el tesoro que le aguardaba.
Picado por la curiosidad, se agachó, con el corazón acelerado por una mezcla de excitación y sorpresa. «¡No puede ser!», jadeó en voz alta. «Esto no puede ser real, ¿verdad?», murmuró, barriendo la arena. Allí, semienterrado en la arena, había un anillo de diamantes que brillaba bajo los rayos dorados del sol. Su aparición inesperada y fuera de lugar le produjo un estremecimiento. No era un hallazgo cualquiera; parecía mucho más valioso que sus descubrimientos habituales. Tenía que haber una historia detrás.
Agarrando el anillo, Samantha sintió una oleada de expectación. Estaba impaciente por llevarlo a su joyero para saber más sobre aquel misterioso hallazgo. Imaginaba que el joyero, con años de experiencia, le daría detalles fascinantes sobre el origen o el valor del anillo. Pero horas más tarde, en la tienda poco iluminada, las palabras del joyero transformaron su emoción en una profunda sensación de inquietud. Su reacción, lejos de lo que ella esperaba, le hizo cuestionarse su decisión de traer el anillo. ¿Con qué se había topado?
Cuando Samantha se despertó aquella mañana, nunca hubiera imaginado que su día acabaría así. Todo lo que había imaginado era un día tranquilo en la playa, buscando conchas y disfrutando de la belleza escénica de la costa. Era un merecido descanso de su ajetreada vida como propietaria de una pequeña y acogedora cafetería. El día a día de Samantha era un torbellino de humeantes cafés, clientes parlanchines y el dulce aroma de los pasteles recién horneados;
Su tienda era una de las favoritas de la gente, un pequeño refugio donde los clientes habituales empezaban el día y las caras nuevas encontraban consuelo en la calidez de su sonrisa y el rico sabor de su café. Su vida, al igual que su trabajo, era ordenada y serena, interrumpida por sus aficiones, que a menudo la llevaban al aire libre. Pero Samantha no sabía que su vida tranquila y sencilla estaba a punto de cambiar radicalmente…
La vida de Samantha en la pequeña ciudad costera era una mezcla de dos amores: su bulliciosa cafetería y la serena playa. En la orilla encontraba la paz, caminando descalza y sintiendo la arena fresca y húmeda entre los dedos de los pies. Recogía conchas y guijarros lisos, cuyas diversas texturas contrastaban con sus ajetreados días. La brisa salada y el sonido rítmico de las olas la acompañaban en sus paseos.
Su apartamento, un espacio acogedor lleno de luz suave y natural, exhibía sus hallazgos playeros. Los transformó en una decoración sencilla pero preciosa: conchas ensartadas en campanillas de viento que tintineaban suavemente con la brisa y tarros llenos de capas de arena y guijarros, cada una de las cuales contaba una historia de un día diferente en la playa.