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En el corazón de Siberia, donde el frío muerde los abrigos más gruesos, hay un puente que desafía el concepto mismo de seguridad. Envuelto en la niebla helada del río Vitim, este cruce no es apto para pusilánimes. Imagine un puente tan estrecho y destartalado que cruzarlo se convierte automáticamente en una historia de supervivencia;
Durante décadas, este puente ha sido testigo mudo de los extremos del esfuerzo humano y de la implacable ira de la naturaleza. Sin reparaciones desde hace más de treinta años, cruzarlo es como jugársela al destino. Sin barandillas, con un camino tan estrecho en el que apenas cabe un coche y tablones de madera cubiertos de hielo, en este puente no hay lugar para los errores.
Sin embargo, hay algo en este puente que sigue atrayendo a la gente. ¿Qué atrae a estas personas a este peligroso paso? ¿Por qué algunos eligen enfrentarse a este peligroso camino, donde el riesgo es tan palpable como el frío que lo envuelve? Las respuestas están en las historias de quienes lo han cruzado, en los silenciosos huecos de los tablones de madera y en las gélidas aguas que fluyen por debajo. Las razones de su notoria reputación son tan escalofriantes como el aire siberiano que lo envuelve…