La razón por la que este médico se disculpa con un hombre que despierta de un coma de cinco años te dejará sin palabras
George McKinley parpadeó, con los ojos pesados, agobiados por el repentino resplandor de una luz demasiado brillante. «¿Dónde estoy?», murmuró. Su mirada recorrió el lugar y se detuvo en una habitación blanca y desconocida. Su visión era borrosa, pero podía distinguir la vaga silueta de una figura que se cernía ante él. Tras unos cuantos parpadeos, la figura se convirtió en un hombre. Parpadeando de nuevo, se esforzó por comprender la desconcertante escena. «¿Qué está pasando? Parpadeó con más fuerza, ahora capaz de ver al hombre con mayor claridad. El hombre llevaba una bata blanca y un estetoscopio alrededor del cuello. Se dio cuenta de que estaba en un hospital.
George inhaló con fuerza y sintió el aire helado entrar en su garganta seca. El olor estéril a antiséptico asaltó sus sentidos, aumentando su desorientación. Intentó incorporarse, pero su cuerpo se negó a cooperar. Mientras tanto, el hombre de blanco se acercó y se arrodilló junto a su cama. El hombre tenía una expresión tranquila, pero algo en sus modales inquietaba a George. Intuía que algo iba mal, pero no podía precisarlo. La intensa mirada del hombre se clavó en la suya, provocándole un escalofrío.
De repente, el hombre habló. «Sr. McKinley, lo siento», dijo, con voz temblorosa. Las palabras quedaron suspendidas en el aire, crudas y desconcertantes. Un escalofrío recorrió la espalda de George. ¿Por qué se disculpaba? Ni siquiera sabía por qué estaba allí. Acababa de despertarse, completamente ajeno a las circunstancias, ¿y ahora aquel desconocido le pedía disculpas? ¿Qué estaba ocurriendo?
La mente de George se llenó de preguntas. El miedo y la confusión se apoderaron de él, haciendo que su corazón latiera con fuerza y su respiración se entrecortara. Pero antes de que pudiera encontrar la voz para preguntar, el cansancio se apoderó de él. El mundo le daba vueltas mientras luchaba contra el agotamiento, pero era inútil. Y entonces, tan rápido como había empezado, todo se volvió negro una vez más…
Cuando por fin George volvió a despertarse, la persona que había visto antes había desaparecido. Tan repentinamente como había aparecido, se había marchado. Ahora, dos doctoras estaban de pie junto a su cama, mirándole con caras serias y profesionales. Su actitud era muy diferente de la del hombre que había visto antes.
En el rostro del hombre, George había observado toda una gama de emociones. Sin embargo, con estos médicos era pura profesionalidad. No pudo detectar ni rastro de comprensión o compasión en sus expresiones. Sin embargo, a George no le importó. En ese momento, necesitaba respuestas más que compasión.
Jorge estaba totalmente perdido, desesperado por comprender la realidad de su situación. Expresó su confusión en voz alta, más como una súplica que como una pregunta. «¿Puede alguien explicarme qué demonios está pasando?», imploró. «¿Por qué se ha disculpado el médico?». Los médicos se miraron, pero no respondieron. Su silencio no contribuyó a aliviar su creciente sensación de inquietud y confusión.
Entonces, sin presentación alguna, los médicos empezaron a aclarar su situación. Le informaron de que había sufrido un terrible accidente, una catástrofe tan grave que le había sumido en un coma. Las palabras le golpearon como un mazazo.
«¡¿Un coma?!» tartamudeó George, con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor desbocado. «Espera», consiguió jadear, intentando frenar el mundo que giraba a su alrededor. «¡¿Qué?! ¡¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?!».
Los médicos intercambiaron miradas antes de volver a centrar su atención en él. La seriedad de sus expresiones intensificó los latidos de su corazón. La siguiente noticia que le dieron le golpeó tan fuerte que sintió como si le arrancaran el suelo de debajo de los pies. Las palabras permanecieron en el aire mientras sucumbía a un torrente de emociones y las lágrimas corrían por su rostro.