El instinto protector de un gato desvela un oscuro secreto: ¡las peores pesadillas de los padres se hacen realidad!
Las manos de Julian temblaban mientras sujetaba con fuerza las de su esposa Jennifer. Le invadió el arrepentimiento; habían tenido todas las señales delante de las narices, pero no las habían visto. Julian sabía que había metido la pata, que debería haber sido él quien protegiera a su hija.
Irónicamente, el que se había dado cuenta de las pistas era el miembro más inesperado de la casa: su gato. Su comportamiento en los últimos meses había parecido extraño, incluso agresivo. Julian se encogio al recordar que habia pensado en entregar el gato a un refugio, un pensamiento que ahora le llenaba de verguenza.
Interrumpiéndole en sus pensamientos, una voz amable le dijo: «Deberías estar orgulloso de tu gato vigilante». Era el agente de policía que estaba ante él y le ofrecía una sonrisa comprensiva. «Sin sus instintos naturales, la situación podría haberse deteriorado drásticamente».
«¿Peor? ¡¿Deteriorada?! ¿Cómo podrían empeorar las cosas?» pensó Julián, con los puños apretados por la rabia. Pero sabía que el oficial tenía razón. Todas las noches, su gata permanecía junto a su bebé recién nacido, sin separarse de su lado. Al principio no entendían por qué, pero ahora todo tenía sentido.
Abrumado por las emociones, Julian sintió que una lágrima rodaba por su mejilla. Miró a su gato, Bigotes. «¿Por lo que has pasado, amigo?», pensó, sintiéndose agradecido por su peludo amigo.
Desde que Jennifer descubrió que estaba embarazada, su querido gato, Whiskers, empezó a mostrar un comportamiento inusual. Aunque debería haber sido un momento de pura alegría, ya que por fin se hacía realidad su ansiado sueño de tener un bebé, una sombra de preocupación se cernía sobre su felicidad: Bigotes.
Habían leído historias sobre algunos gatos que no se adaptaban bien a la llegada de nuevos bebés, y esto les preocupaba. Para ellos, Whiskers no era sólo un gato. Era como su primer bebé. Había formado parte de su familia durante tanto tiempo que la idea de perderlo les daba mucho miedo.
La idea de tener que elegir entre Bigotes y su hijo no nacido era increíblemente difícil de soportar. Esperaban de todo corazón que Bigotes aceptara al nuevo bebé. Si no, se enfrentarían a la dura decisión de entregar a Whiskers a un refugio…
Y un día llegó el día que tanto temían. Incluso antes de que a Jennifer se le notara la barriga, notaron de repente un cambio en el comportamiento de Bigotes. De alguna manera, parecía sentir que Jennifer estaba embarazada. No podían explicarlo, pero era como si el gato supiera que algo era diferente.
Bigotes empezó a maullar en el vientre de Jennifer, pero no era el sonido dulce y cariñoso habitual al que estaban acostumbrados. En cambio, era un maullido largo y fuerte que provocó escalofríos en Jennifer y Julian. Parecía más un grito que un simple maullido.
Lo que era aún más preocupante era que el llanto de Bigotes no cesaba; continuaba día y noche, llenando su casa de un sonido inquietante. ¿Qué le pasaba a Bigotes? Casi parecía poseído o algo así…