Sarah descansaba en las cálidas arenas de la solitaria playa. Las olas rítmicas y los lejanos cantos de las gaviotas la arrullaban en un estado de paz. El sol proyectaba un tono dorado sobre la orilla, y su calor la abrazaba como un suave abrazo. Había venido aquí para escapar del estrés diario, buscando la soledad en la belleza de la naturaleza.
Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, algo cerca de la orilla le llamó la atención. Al principio, pensó que era un gran perro que emergía de las olas. Pero cuando se acercó, se quedó sin aliento. Era un enorme alce, con el pelaje empapado, sacudiéndose el agua como un perro después de nadar. El espectáculo era a la vez fascinante y aterrador.