Hace años, Rose descubrió un pequeño osezno enredado en una trampa de caza durante uno de sus paseos matutinos. El osezno estaba débil, asustado y apenas con vida. Rose no podía abandonarlo. Con manos cuidadosas, liberó al cachorro y lo llevó a casa, cuidándolo con una mezcla de papilla y cariño.
Bruno no tardó en crecer… ¡y crecer! Hoy mide más de dos metros sobre sus patas traseras y pesa cerca de 150 kilos. A pesar de su tamaño, Bruno es tierno con Rose, y a menudo se acurruca a sus pies como un perro de gran tamaño. Su vínculo se basa en la confianza y en años de momentos compartidos.
Pero convivir con un animal tan grande no siempre es fácil. La fuerza de Bruno es enorme, y sus juguetones manotazos pueden derribar muebles accidentalmente. Rose ha reforzado sus paredes y ha cambiado los adornos delicados por objetos resistentes e irrompibles. La hora de comer es otro reto; Bruno tiene un apetito voraz, y Rose pasa horas preparando comidas lo bastante abundantes para satisfacerlo.
A pesar de las dificultades, Rose no lo haría de otra manera. Dice que Bruno llena su casa de alegría y mantiene a raya la soledad. Cuando se le pregunta por qué se arriesgó a tener un oso, simplemente sonríe y dice: «Él me necesitaba, y yo a él».
Su singular amistad es un recordatorio de cómo la compasión puede salvar las diferencias más profundas. Rose y Bruno son la prueba viviente de que el amor no conoce fronteras, ni siquiera de especie.