Mientras Joseph intentaba desesperadamente dejar atrás al oso, podía sentir su aliento caliente en los talones. Cada fibra de su ser le gritaba que siguiera corriendo, que no mirara atrás, pero no podía evitarlo. Cuando miró por encima del hombro, se le encogió el corazón al ver que el enorme animal se le acercaba.
La mente de Joseph se agitó, tratando de pensar en una manera de protegerse del oso. Sabía que no podría huir de él para siempre y tenía que idear un plan rápido. Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, dos borrones naranjas y negros surgieron de repente de entre los árboles y se colocaron entre él y el oso. Eran Sasha y Alexi, los tigres que había criado desde cachorros años atrás.