Al principio, José se sintió tentado. Podría utilizar el dinero para hacer su vida más fácil, para comprar más equipo para su caza, o para viajar y ver el mundo. Pero en cuanto empezó a ver el signo del dólar, sintió un sentimiento de culpa instantáneo. Pensó en la tigresa y en la confianza que había depositado en él. Sabía que no podía traicionar esa confianza vendiendo sus cachorros a un zoo.
Joseph rechazó la oferta, educada pero firmemente. Sabía que los responsables del zoo no aceptarían un no por respuesta y que intentarían presionarle para que cambiara de opinión. Pero estaba decidido. Había hecho una promesa a la tigresa y pensaba cumplirla.