La mirada acerada del lobo se clavó en Marianne, con los músculos enroscados como cuerdas de arco tensadas. Un movimiento en falso podría desatar su ferocidad. Sin embargo, había un brillo en sus ojos que hablaba de desesperación, no de rabia sin sentido. El corazón de Marianne latía con fuerza. Tragó saliva con fuerza, decidida a descubrir la verdad tras aquel extraño encuentro.
Un gruñido bajo retumbó en la iglesia, resonando en el alto techo. Marianne se detuvo, observando atentamente el estado de ánimo del lobo. Se arrodilló lentamente, tratando de no parecer amenazadora. A pesar del miedo, su curiosidad crecía. La postura del lobo denotaba una alianza incómoda, como si suplicara ayuda pero estuviera dispuesto a defenderse.