Acercándose con cautela, descubrieron una guarida oculta. En sus oscuros recovecos yacían más animales, retorciéndose y maullando de angustia. Uno parecía especialmente débil y necesitaba ayuda inmediata. La loba gimoteaba, metiendo el hocico dentro, pero estaba claro que necesitaba ayuda humana.
El hermano Paul, momentáneamente paralizado por la visión de tantos animales pequeños y extraños, finalmente actuó. Se arrodilló y sacó con cuidado a la criatura atrapada, liberando su pata herida. El pequeño lanzó un grito agudo antes de caer rendido en sus manos, exhausto.