De repente, un ruido agudo resonó entre los árboles: un gemido de dolor. El lobo respondió con un aullido grave y a Marianne se le revolvió el estómago. Algo o alguien más estaba herido cerca. El grupo intercambió miradas ansiosas y luego se apresuró a avanzar, empujando ramas que se enganchaban en sus ropas.
Los gemidos se hicieron más fuertes, formando un macabro coro con los gritos de respuesta del lobo. Finalmente, llegaron a una hondonada bajo un enorme roble. El haz de luz de la linterna de Marianne reveló un enorme agujero en la base del árbol. En la oscuridad, pudo distinguir movimiento en el interior.