Más allá de las puertas de la iglesia, la luz de la luna bañaba el patio con un resplandor plateado. Estatuas de santos y ángeles parecían mirar mientras Marianne seguía al lobo por los adoquines. El lobo los condujo a través de la puerta de la iglesia hasta un estrecho sendero bordeado por altos setos.
El aire de la noche era fresco y el silencio se apoderó del grupo. Cada susurro de las hojas, cada roce del zapato contra la grava, se sentía amplificado en el tenso silencio. Siguieron por una callejuela serpenteante, guiados por los pasos seguros del lobo.