Impulsada por el instinto, Marianne aprovechó la quietud para guiar al lobo hasta una pequeña capilla lateral. Era un lugar cerrado, a menudo utilizado para la oración privada. Esperaba que les proporcionara un espacio más tranquilo y les diera un momento para pensar. El hermano Paul la siguió, pero se mantuvo a una distancia prudente.
El chasquido de la puerta al cerrarse tras ellos fue definitivo, encerrando a Marianne, al Hermano Paul y al lobo en aquel espacio reducido. Ahora comenzaba otro tipo de vigilia, cargada de tensión e incertidumbre. En la penumbra, Marianne podía ver con más claridad los ojos del lobo.