Katie salió con cuidado de la habitación y corrió por los pasillos del hospital. A su alrededor, el caos reinaba mientras médicos y pacientes se apresuraban a ponerse a salvo, con los rostros marcados por el pánico. Finalmente, tropezó con una habitación en la que se habían refugiado varios médicos. Se acercó a ellos y cada palabra que pronunciaba era urgente. «Por favor, tenemos que ayudarles», suplicó, desesperada por convencerles de que revisaran al lobo y a su inesperado acompañante.
Sin embargo, su súplica fue recibida con reticencia. Los médicos se miraron entre sí con inquietud, su vacilación visible en sus torpes movimientos y el tenso silencio que siguió a su petición. «La Policía ha sido avisada», respondió finalmente uno de ellos, con voz firme pero evitando con los ojos la intensa mirada de Katie. «No podemos hacer nada más»