El peso de la decisión pesaba sobre él. Caminar hacia Anna era como caminar sobre una delgada línea, temeroso de cometer un error. Por fin, de pie al borde de la multitud, la vio de nuevo. Estaba riendo, con la cabeza echada hacia atrás en un momento de alegría pura y desinhibida. Al mirarla, el peso de sus nuevos conocimientos se apoderó de él con una pesadez indescriptible.
La idea de que pudiera malinterpretar una simple coincidencia y convertirla en una acusación le hizo cuestionarse no sólo su papel en este drama, sino también su propio juicio. ¿Estaba a punto de robarle su alegría basándose en una corazonada, destrozando su mundo en fragmentos de duda y desconfianza?