En las semanas siguientes, Derrick vio cómo sus ahorros menguaban. Dejó su modesto estudio por un subarriendo más barato en una zona degradada de la ciudad. Las noches parecían más frías y largas, y la lámpara parpadeante era su única compañía. Todos los días enviaba currículos, buscaba en los anuncios clasificados y esperaba ansiosamente unas llamadas que rara vez llegaban.
Una tarde, una tormenta azotó las aceras con una lluvia implacable, dejando a poca gente fuera. De camino a casa, Derrick vio a un tembloroso chucho de pelo castaño encogido detrás de un cubo de basura volcado. Empapado y temblando, los ojos del perro se clavaron en él, suplicando en silencio que lo rescatara.