Un hombre tuvo que sacrificar a su perro porque no tenía dinero para el tratamiento, pero el veterinario hizo algo inesperado

Enjugándose las lágrimas, Derrick asintió, con los ojos escocidos por la pena. Había programado la eutanasia de Rusty para el día siguiente, convencido de que no tenía otra opción. Aun así, la culpa le atormentaba. Rusty merecía una oportunidad, por pequeña que fuera. Derrick se agachó, apretó la frente contra la de Rusty y juró que lo intentaría por última vez.

Salió a la tarde nublada, con el corazón palpitante. Con el teléfono en la mano, llamó a familiares y amigos, rogándoles que le ayudaran con lo que pudieran. Cada llamada obtenía la misma respuesta descorazonadora: silencio o un «no» educadamente enmascarado La esperanza se esfumaba con cada llamada que quedaba sin respuesta.