Llamaron al director, que la presionó para que diera respuestas que no tenía. Theresa estaba en medio de todo, con la mente en blanco. Sentía que la miraban, que la juzgaban, que la culpaban, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel platillo volante brillante y palpitante.
Las secuelas dejaron a Theresa vacía, con la mente nublada por la conmoción, el miedo y una creciente sensación de confusión. Repitió los hechos una y otra vez, pero por mucho que intentaba explicar el avistamiento, nadie la creía. El escepticismo era asfixiante.