La idea hizo que a John se le acelerara el pulso. Su coche no estaba precisamente escondido y, para cualquiera que prestara atención, podría parecer sospechoso. El hombre y Anna miraron varias veces hacia la carretera y, cada vez, John temió que sus ojos se detuvieran demasiado tiempo en su vehículo, delatando su presencia.
Pero tras varios minutos de observación, John empezó a darse cuenta de que el hombre no le estaba mirando a él. No estaba prestando atención al coche en absoluto. Las frecuentes miradas a la carretera no eran por sospecha, sino por expectación. John exhaló lentamente, dándose cuenta de que estaban esperando a alguien más.