John se sentó en su coche, mirando fijamente la casa, sintiendo el peso de lo desconocido presionando sobre él. A medida que pasaba el tiempo, vio al hombre y a Anna salir al jardín. Parecían despreocupados, jugando y riendo.
Los nervios de John aumentaron mientras seguía observando a la pareja en la acera, riendo y charlando. Parecían tan a gusto, pero John no podía deshacerse de la creciente tensión. Se preguntó si el hombre se habría dado cuenta de que su coche estaba aparcado en la calle, una presencia poco habitual en el tranquilo barrio.