La primera semana de su nuevo capítulo fue un torbellino, un tiempo que realmente encarnaba la frase «noches sin dormir». Sin embargo, Emily no se inmutó y dedicó toda su atención al bienestar de sus trillizos, ajena al mundo que les rodeaba. Poco a poco, empezaron a establecer un ritmo familiar, armonizado con sus necesidades y rutinas únicas. Sin embargo, la serenidad se rompió a las dos semanas de su feliz viaje, cuando una sensación de malestar invadió a Emily.
Al principio, lo atribuyó a la fatiga posparto habitual, pero no pasó mucho tiempo antes de que Emily percibiera la gravedad de sus síntomas, que superaban los límites normales del malestar posparto. Un dolor palpitante la envolvía, un tormento implacable que superaba cualquier angustia que hubiera soportado durante el nacimiento de sus trillizos. La intensidad de esta aflicción hizo saltar las alarmas y le hizo reconocer que algo iba muy mal.