La primera hora de la operación de Emily fue insoportable para David. Con los trillizos inconsolables, le resultaba difícil concentrarse en ellos, ya que su mente estaba preocupada por su mujer. Afortunadamente, su madre pudo acudir al hospital, porque vaya si la necesitó.
Casi parecía como si los trillizos tuvieran un sentido intuitivo del peligro que corría su madre y sintieran profundamente su ausencia. A pesar de los intentos de David, eran inmanejables. Rechazaban de plano el biberón, y ni siquiera el intento de David de ponerles caras raras y juguetonas conseguía calmarlos.