Emily se había aferrado a la creencia de que ya había luchado contra la tormenta más feroz de su vida cuando trajo al mundo a sus encantadores trillizos. Sin embargo, el persistente malestar que había descartado como meros restos del embarazo se negaba a desaparecer. Por el contrario, persistía con firmeza y la sensación de malestar aumentaba cada día. Después de cumplir dos semanas en su preciado viaje hacia la maternidad, Emily descubrió que su cuerpo estaba llegando al límite. Esta tensión física la envió de nuevo a los pasillos del hospital que tan alegremente había abandonado hacía apenas unas semanas. Esta vez, sin embargo, su visita estaba llena de miedo, no de alegría. Una ecografía inesperada la había pillado desprevenida, un contratiempo imprevisto en su camino hacia la recuperación.
A pesar de la conmoción, allí estaba, con su malestar subrayado por la atenta mirada de numerosos profesionales médicos. En su corazón resonaba un ritmo frenético de preocupación. Además, sus trillizos estaban en casa sin su madre. Su marido se enfrentaba solo a la repentina carga de cuidar de los recién nacidos. ¿Estaba preparado para ocuparse él solo de tres trillizos recién nacidos? La situación distaba mucho de lo que habían imaginado. Sus sueños de cuidar y alimentar juntos a sus bebés durante las primeras etapas de la paternidad parecían ahora lejanos. La situación actual era inesperada y difícil de entender. ¿Qué estaba ocurriendo realmente?
En la fría y esterilizada sala, el suave zumbido del ecógrafo resultaba inquietante en medio del pesado silencio. Mientras los médicos pasaban la varita por el vientre aún sensible de Emily, sus ojos se agrandaban y sus cejas se fruncían más. Las imágenes que aparecían en la pantalla en blanco y negro revelaban algo sorprendente que los dejó boquiabiertos. «¿Qué demonios habían visto que les había alarmado tanto? Las palabras del médico, antes llenas de seguridad profesional, estaban ahora cargadas de profundo pesar. «Lo… lo siento», susurró, con la voz temblorosa mientras intentaba ocultar la cruda verdad. Una verdad que yacía oculta entre los inocentes ecos del ultrasonido, una verdad que estaba a punto de arrojar a Emily al ojo de otra tormenta. La disculpa parecía inadecuada, el aire estaba cargado de desesperación inminente, pero la revelación ya no podía negarse..