Amelia estaba sentada en la cama, mirando el teléfono con una mezcla de desgana y determinación. Hacía sólo unos meses que había puesto fin a una relación de seis años con su novio del instituto, la persona con la que una vez pensó que se casaría.
A los 24 años, se encontraba sola, enfrentándose a la realidad de volver a empezar. La ruptura había sido un desastre, una dolorosa ruptura de lo que ella creía que era para siempre. Se habían distanciado y, con el tiempo, quedó claro que el amor por sí solo no bastaba para mantenerlos unidos.