Y ése era el poder de Mark. Nunca levantaba la voz, nunca parecía enfadado. Siempre estaba tranquilo, sereno y era el compañero perfecto. Hacía que la frustración de Emily pareciera una rebelión infantil. Aquella noche, su madre no sólo había creído a Mark, sino que había *dudado* de su propia hija.
Sentada ahora en la cafetería, viendo a Mark y a la mujer misteriosa reír juntos, Emily sintió que se le oprimía el pecho. El recuerdo de aquella noche le pesaba mucho. Si le contaba directamente a Linda lo que había visto, ¿se repetiría la historia?