Luego estaba aquella noche. Hacía unos meses, Emily había querido ir a una fiesta del instituto. Su madre trabajaba hasta tarde, así que acudió a Mark. Pensó que era una petición fácil: él estaba deseando quedar bien con ella, y no se equivocaba. Con un gesto casual de la cabeza, le dio permiso para irse.
La noche había sido divertida, pero su entusiasmo se evaporó en cuanto cruzó la puerta principal. Su madre la esperaba en el salón, con los brazos cruzados y una expresión estruendosa. «¿Cómo has podido ir a una fiesta sin pedírmelo? Le había preguntado Linda.