A primera hora de la mañana, los ocupantes ilegales fueron alertados por el mal olor. Salieron a trompicones de la casa, tosiendo y tapándose la nariz. Vernon observaba desde la distancia, sintiendo una oleada de satisfacción al ver que su plan se desarrollaba a la perfección.
Los ocupantes llamaron desesperados al servicio de control de plagas, incapaces de soportar el hedor. Vernon y su equipo permanecieron ocultos, con los ojos fijos en cada movimiento. La angustia de los okupas le dio una sombría sensación de reivindicación.