El sol empezaba a asomar por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos melocotón y rosa, mientras él sorbía tranquilamente su humeante taza de café junto a la ventana, con los prismáticos preparados. Acababa de avistar una rareza, un gorrión de garganta blanca que revoloteaba juguetón entre los setos bañados por el rocío, cuando la naturaleza, o tal vez una taza de café más, le llamaron.
Al llegar a su inmaculado cuarto de baño, testimonio del orden metódico que apreciaba en su existencia, John se sorprendió. A punto de tirar de la cadena, su corazón se sobresaltó: «¡¿QUÉ DEMONIOS ES ESO?!» John era un hombre comedido, que nunca levantaba la voz ni recurría a improperios, pero esto… esto era totalmente inaudito.