Mientras Brianna y sus hijos se dirigían a la parada del autobús, Adrian se aferraba a su nuevo juego de LEGO, con la cara radiante de felicidad. Lucy parloteaba entusiasmada sobre la tarta, mientras el corazón de Brianna se sentía henchido. Por una vez, el peso sobre sus hombros se sintió un poco más ligero, su fe en la vida renovada.
Aquella noche, cuando Brianna acostó a sus hijos, repasó el día en su mente. Había empezado como una lucha, pero había terminado con sonrisas, amabilidad y esperanza. «Gracias», susurró en la silenciosa habitación, una oración de gratitud por el desconocido que se había convertido en su ángel aquel día.