Los niños seguían quejándose de que nunca les daban nada, pero Brianna no podía concentrarse en sus palabras. Tenía las manos húmedas cuando llegó al mostrador, con los niños bien agarrados. Entregó un pequeño artículo para la caja, obligándose a mantener la compostura mientras miraba detrás de ella.
El hombre permanecía cerca, su presencia se cernía como una sombra. El corazón de Brianna latía con fuerza mientras cogía el cambio y guiaba a los niños hacia la salida. Le temblaban las manos, pero siguió moviéndose, rezando en silencio para que sus hijos llegaran sanos y salvos a casa.