Una vez que los niños terminaron, Brianna no perdió el tiempo. Se levantó, se alisó el vestido y caminó a paso ligero hacia el mostrador para pagar la cuenta. La alegre sonrisa de la cajera le pareció casi burlona, pero se obligó a responder cortésmente, contando lo que le quedaba de dinero con manos temblorosas.
Recogió a los niños y los condujo hacia la puerta. Su corazón se aceleró al sentir las miradas de los comensales que la seguían. Mantuvo la cabeza alta, agarrando con fuerza las manos de sus hijos. Afuera, el aire fresco la golpeó como una ola, pero el peso en su pecho permaneció.