Cuando Brianna se dio cuenta de que la mujer la miraba, apartó rápidamente la mirada, fingiendo no darse cuenta. Pero Brianna lo había visto: el inconfundible destello de compasión. En cuanto sus miradas se cruzaron, la mujer apartó la vista y se afanó en arreglar su servilleta como si nada hubiera ocurrido.
El intercambio de miradas hizo que Brianna se sintiera insoportablemente pequeña. Comprendía por qué la gente dudaba en intervenir en momentos así; nadie quería imponerse ni empeorar las cosas. Pero las miradas pasivas y las conversaciones susurradas dolían más que las palabras. El silencio lo decía todo, y era desgarrador.