Brianna permaneció sentada, con las manos temblorosas bajo la mesa, mientras intentaba acallar los crecientes murmullos a su alrededor. A pesar de sus súplicas en voz baja y sus esfuerzos por mantener la calma, podía sentir que las mesas cercanas captaban cada palabra de su conversación. El aire a su alrededor estaba cargado de juicios.
Mantuvo la mirada fija en la superficie arañada de la mesa, dispuesta a no levantar la vista. Pero era imposible ignorar los susurros y las miradas. Algunos rostros mostraban una piedad fugaz, otros una desaprobación apenas velada. Algunos tenían expresiones que Brianna no podía descifrar, pero que no hacían sino aumentar su sensación de vergüenza.