Su nieto Danny era la única familia que le quedaba. Lo había criado desde que era un niño, después de que un trágico accidente de coche se cobrara la vida de sus padres y, en un instante, dejara huérfano al pequeño. Desde entonces, Marie se había dedicado en cuerpo y alma a cuidar de él, organizando sus días en torno a sus necesidades y esperanzas.
Danny, ahora un joven, se había convertido en un alma cariñosa y responsable que cuidaba de ella tanto como ella de él. Aunque ahora tenía una vida muy ajetreada, con trabajo y amigos, seguía dedicando tiempo a sus momentos en común, pasando por casa cada noche para ver cómo estaba y compartir sus anécdotas del día.