Abriéndose paso entre la multitud, preguntó a los curiosos, y todos se encogieron de hombros amablemente o señalaron vagamente en varias direcciones. Nadie se había dado cuenta de que un cachorro se había extraviado. Los mapaches habían captado la atención de todos. Con temor creciente, Marcus se abrió paso entre los densos juncos, pronunciando el nombre de Luna con sílabas medidas y forzadas.
Cada eco parecía burlarse de él, rebotando entre los troncos de los cipreses. Los transeúntes seguían alimentando a los mapaches, ajenos a su terror. El sudor le resbalaba por la sien mientras obligaba a sus temblorosas piernas a moverse. Luna había desaparecido y cada segundo parecía crucial. Se preparó para una búsqueda frenética y juró encontrarla.