Cuando el predicador se adelantó, la iglesia se sumió en un respetuoso silencio y todas las miradas se volvieron hacia el frente. Jason sintió una oleada de frustración e impotencia. Sabía que la verdad se abría paso, desesperada por ser escuchada, pero la interferencia de Susan había sofocado su momento.
La voz del predicador, firme y reconfortante, empezó a llenar el espacio, ofreciendo palabras de consuelo y recuerdo. Pero a Jason le sonaba lejana, casi amortiguada por la tormenta de pensamientos de su cabeza. Miró a Rex, que por fin se había calmado y yacía solemnemente cerca del ataúd. El silencio del perro parecía hacerse eco del silencio forzado de Jason. Tenía que hacer algo..