Cuando un día Jason se asomó a hurtadillas por las ventanas, le pilló desprevenido la repentina aparición de Thomas, quien, en lugar de reñirle, le recibió con una amplia sonrisa y una invitación a entrar. La casa, con sus muebles desparejados y sus paredes cubiertas de fotos familiares, desprendía un ambiente cálido y acogedor que hizo que Jason se sintiera a gusto de inmediato.
Dentro, encontró un lugar que no se parecía en nada a las historias de miedo que había imaginado en su mente. Las risas resonaban por los pasillos y la cocina siempre olía a algo delicioso. La madre de Thomas, siempre tan acogedora y alegre, trataba a Jason como si fuera su hijo. Unos años más tarde, cuando la madre de Jason cayó enferma, la familia de Thomas estuvo a su lado, compartiendo tanto sus cuidados como su dolor cuando ella falleció..