Cada segundo que pasaba los acercaba más a su destino, pero seguían ignorando felizmente que la red se cerraba a su alrededor. Con una señal rápida y silenciosa, Adam dio la orden a su tripulación.
En un instante, las puertas del cajón se cerraron de golpe, con el sonido de los cerrojos resonando en la bodega. Ahmed y Yusuf, sorprendidos en plena celebración, estaban ahora prisioneros en una jaula de su propia codicia.