Mientras la multitud seguía disfrutando de la fiesta, Oliver supo que no podía seguir así. Respiró hondo y tocó suavemente el brazo de Anna, apartándola de las celebraciones y llevándola a un rincón tranquilo. «Anna, tenemos que hablar de verdad», le dijo, con una urgencia en la voz imposible de ignorar.
Anna lo miró, con los ojos muy abiertos y atentos, su risa de hace unos momentos ahora sustituida por una expresión seria. «¿Qué pasa, Oliver?», preguntó.