Anna estaba de pie junto a la ventana, con su silueta enmarcada por la luz del atardecer, creando un cuadro etéreo. Parecía sumida en sus pensamientos, mirando al cielo. Tal vez pensaba en cosas importantes, o tal vez sólo en su nueva vida de casada.
El corazón de Oliver latía en su pecho como un tambor desincronizado con el resto del mundo. La habitación le pareció cavernosa y claustrofóbica a la vez cuando dio un paso vacilante hacia delante. Su voz tembló al romper el silencio: «Anna, ¿me permites un momento? Hay algo que necesito decirte»